viernes, 17 de febrero de 2012

Con la A de Angustia


La esperaba como cada tarde a la salida del colegio para regresar juntas en metro hacia casa. Desde que se mudaron de barrio hacía ya tres meses, era un trayecto largo el que tenían que hacer a diario; suponía mayor esfuerzo pero a la pequeña le encantaban los vagones y los trenes en general. Disfrutaba mirando por la ventanilla y girando alrededor de la barra metálica central hasta caer mareada y muerta de risa. Al menos de eso quedó constancia en la declaración que hizo a la policía aquel 22 de marzo. Eso, y que la niña medía metro y dieciocho centímetros (según la última revisión con el pediatra), que tenía cabello castaño ondulado, ojos marrones y una peca de tamaño notable en la mejilla izquierda. Llevaba puesto el chándal del colegio, pues los martes era día de gimnasia. Marrón la sudadera y de color azul marino los pantalones. Un abrigo verde y una mochilla del mismo color. El oficial de turno lo anotó todo en el formulario pertinente. Ni con demasiadas ganas ni sin ellas. Con precisión y sobriedad.

El andén estaba aquella tarde más lleno que de costumbre. Una profesora trataba de calmar sin éxito a un grupo de adolescentes desatados. ¡Demasiada hormona para una mujer tan menuda! Además, era noche de partido y la gente se dirigía ya eufórica hacia el estadio, envueltos en bufandas y llenándolo todo de sus cánticos entusiastas. La madre se quedó absorta mirando como descendían los segundos en el panel luminoso. ¡Cómo odiaba que se sumaran de repente minutos al tiempo estimado! El ruido del convoy aproximándose por el túnel descartó cualquier retraso espontáneo. Entre la multitud, la niña trató de ser la primera en alcanzar la puerta. La mujer intentó agarrar desesperadamente aquella mano inocente que se escurría una y otra vez entre empujones y pitidos que alertaban del inminente cierre de puertas. Ansiosa miró a izquierda y derecha. No lograba ver más allá de las últimas espaldas que rápidamente se colaban al interior del vagón. De nuevo los pitidos. Las puertas se cerraron. ¡Por fin la vio! Sus miradas se cruzaron fugazmente por unos segundos, mientras el metro cogía velocidad y se perdía en la oscuridad del túnel. Juraría que había sido una mirada de odio. Se quedó sola, impotente y temblorosa en medió del andén. ¡Ella nunca le perdonaría que la abandonara a su suerte así! Los minutos se le antojaban horas. El siguiente metro parecía no llegar nunca y entre sollozos rezaba para que la niña estuviera esperándola en la siguiente parada. Pero no estaba. Ni en la otra. Ni en ninguna de las 22 estaciones de aquella línea que posteriormente se recorrió dos veces seguidas por varios agentes de seguridad y policía. Mientras tanto, ella amenazaba y malmetía contra todo el personal reunido en el despacho del jefe de estación suplicando que la encontraran, que revisaran todas y cada una de las cámaras de seguridad. No atendía a razones. Gritaba. Los agentes le aconsejaron que se fuera a casa por si ella regresaba. Ellos seguirían buscándola allí.



Trece paradas y diecinueve minutos después de la insólita avalancha para coger el metro una madre aún pensaba en quién debía ser aquella mujer de apariencia un tanto extraña y mirada perdida que tomó la mano de su Andrea. ¡Por dos veces la niña tuvo que librarse de ella! Hoy en día no te puedes fiar de nadie…

-¡Mamá! ¡Levántate ya, que es nuestra parada! - dijo Andrea con su alboroto habitual…


(La foto fue la ganadora en el I Certamen de Fotografía 'Metro desde tú móvil' de Madrid)

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